Dudo que te quiera, vivir a tu vera.
Ni te quise, ahora me doy cuenta.
Ya recuperado mi corazón, vete y no vuelvas.

Lo interpreté en sus labios serios carmesí y me lo confirmaron sus negros ojos mate, convertidos en azabache por el brillo de sus lágrimas al escucharla.

Un vuelco dio mi feliz semblante al haberme enamorado, previamente al suceso, de la pareja. No podía creer haber leído de su boca algo así.

Ellos eran de esos que te embriagan con sólo sentirlos cerca.
Ambos de consonancia armoniosa en sus formas. Ella bellísima, un ángel revoltoso, tom-boy. Él con su no sé qué, del cielo el pícaro diablillo, desaliñado. Qué se yo.
Ambos de complicidad exquisita, gestual, de entendimiento absoluto en su mirar.
Una agradable simbiosis imperativa en un momento de caos en el aeropuerto internacional de Ginebra.

Eso fue, el instante desordenado el que condujo a mi errónea lectura.

Tras las palabras suyas los dos se fundieron incandescentes en un beso sin fin y mi aspecto recuperó la felicidad al haberme enamorado, tras el hecho, de la pareja.

Dudo que no quiera, vivir a tu vera.
Siempre quise, ahora me doy cuenta.
Ya compartido mi corazón, parte pero regresa.

Lo comprobé en sus ojos chispeantes, rímel corrido, de emoción y me lo ratificó, tras el espesor de su barba, su sonrisa deslumbrante de satisfacción.

Así fue como sucedió. Sshhh, siseo. No hablemos demasiado alto porque el beso aún perdura. Por ellos, por ti, por un beso. Porque aún existan besos de amor.