«Disfruté tanto, tanto, cada parte, y gocé tanto, tanto, cada todo, que me duele algo menos cuando partes porque aquí te me quedas de algún modo»

Silvio Rodríguez.

Así finalizó su historia de amor, dejándose ir.

Esa noche se despidió porque sabía con valentía que no podía ser de otra manera tras su decisión de marchar. No hubieron momentos más equívocos en sus días que aquellos en los que desesperado intentó agarrar fuerte el lazo que los unió durante el tiempo exacto, el tiempo perfecto, ni más ni menos.

El amor no puede ser sujeto en un puño cerrado sino que debe moverse suave entre los enamorados, como en la danza de los bailarines, con la punta de la yema de esos dedos guiándola en vuelta y media, recogiéndola con tesón, arrimándola en su pecho y volviéndola a lanzar, de esta forma, tú me sigues y yo lo mismo. Sutileza, pasión, simbiosis, conexión, y es que es así como debe ser, juntos pero con ritmos singulares, de la mano y libres en las descargas musicales, convencidos, y…y es que… y es que es así de simple. Sin más.

Ya la puerta estaba abierta, preparada, pero antes, ellos se fundieron en un largo abrazo y recordaron en silencio, durante un instante eterno y para que su partida doliera algo menos, tanto y tanto disfrute de cada parte, tanto y tanto goce en cada todo.

Rememoraron la forma peculiar de conciliar el sueño, con sus manitas en la cara, su cuerpo escultural, que derretía sus ojos color azabache,  las conversaciones incansables, intempestivas, inigualables, las proyecciones de sus deseos comunes, las sorpresas sin sentido, las sonrisas sin descanso, los silencios sonoros de sus corazones vivos, jóvenes. Apoyábanse de manera incondicional y hasta les gustaba de forma recíproca sus ñoños, señal inequívoca de una pareja feliz, y cree ya que es una cita máxima utilizada por una amiga muy entendida en esto del amor. Se acordaron de los susurros al oído de las palabras sabor azahar y de las miradas que estremecían su piel. Un tatuaje para ambos, un brindis de copas, promesas cumplidas para su bien con la fuerza que le daba su presencia.

Sólo él pudo hacerle recordar su esencia y ella hacerle olvidar para siempre sus heridas.

No había cabida para el rencor ni la rabia en esta despedida porque sólo era posible percibir sus almas en libertad. Sumaron juntos, caminaron en angostos senderos, sin separarse, vivieron tan intensamente, con respeto y confianza que no era de justicia creer que las lágrimas que acariciaban sus mejillas empapando el hombro contrario se debieran a dolor, aún sabiendo que se sufrirían en silencio.

Dejar partir con arrojo era lo que ambos deseaban. Se merecían seguir las inquietudes de sus vidas, seguir soñando que podía ser posible, en un lugar mejor, quizás, en el más bonito del mundo por ejemplo(https://latalegadepan.com/2015/08/03/el-lugar-mas-bonito-del-mundo/). Ese es el amor más auténtico, verdadero y sin cadenas aquel con el bien por bandera.

Él sólo le pidió una cosa más antes del adiós, y mientras tanto ella lo beso.

-dime- dijo ella.

-me echarás de menos? y aunque no, contéstame que sí cariño- musitó. Y sonriente y tierna con la mirada entrecortada ella no dudo en decirle con sinceridad.

-te echaré muchísimo de menos mi vida-

 Yo que los conozco veo que viven hoy tan felices como antes de encontrarse o tanto como cuando compartieron juntos vida pero tal vez, no sé, y es que como sigo pensando que «sólo se ve bien con el corazón y lo esencial es invisible a los ojos» (El principito) creo que podrán encontrarse en otro momento, en otra vida, porque sé que formaban la mejor pareja que nunca pude llegar a conocer.

Y si toca de nuevo así, y tras ello se diera algo similar volveríamos a dejarnos marchar