«El buen pescador, no es aquel que captura el pez más grande, sino el que se contenta con ver el mar y saber que su pez está ahí»
– Adeus meus fillos, bico seu pai- les decía antes de entrar al colegio a mis tesoros.
No sé a quién saldrían porque Sofía y yo no escatimamos nunca en cariño.
Sigo en deuda con aquel que nos envolvió en amor. Nos gustaba ganar tiempo juntos, a solas en el pesquero, de madrugada, como adolescentes, justo antes de partir con mi equipo a pescar, o con las nenas. Nunca hubo marea brava ni rabiosa tormenta que llevara a la deriva su sonrisa.
Alba, aurora blanca, luz sonrosada que precede inmediatamente a la salida del Sol, África, exponiendo su calidez para dar calor a las frías mañanas de la capital costera de Mañón y Sofía. Sofía armonizaba la belleza que reluce con aquella insegura escondida. El cantábrico siempre estuvo incompleto de fiereza o quietud y de color o de negrura con ella en piso firme. Y cuando fue suya, odioso egoista de horizontes inalcanfables, se convirtió en el mar más hermoso de toda la costa gallega.
Cada día el mismo recorrido de ida y vuelta a casa tras dejar a las niñas en la escuela. Calles angostas de casas blancas y adoquines mojados, con olor a marisma y a geranios de las macetas colgando.
Cada día menos uno cuando el azar y Sofía me quieren brindar la mejor Lubina al ir a pescar. Eso dicen mis amigos envidiosos cuando me ven pasar con la cola de ese enorme ejemplar asomando en mi cubo azul. A veces, la saco yo mismo para que sea motivo de habladurías.
Se referirán al azar cuando sabes qué día elegir para esconderte tras los prismas del puerto de Do Barqueiro, en pleno orto, cercano a la desembocadura del río Sol, donde al chocar las corrientes opuestas forman espumas turbias. Las olas y la bajamar, mis señuelos minows y una técnica de movimientos exquisitos de muñeca cultivada desde los once años…esto será el azar.
De lo qu sí estoy convencido es que Sofía me ayuda aunque ya no lo digo ni siquiera con la compañía de algunos albariños.
– ¿ Sabéis chicos? Hoy Sofía me ha hablado. Me ha dicho mientras pescaba que le ponga menos ajo al caldo corto de lubina, por las niñas- dije reunido entre vinos con algún amigo.
– Saulo por favor, ya han pasado cinco años desde que se nos fue, ya es suficiente- su primo me sacudió.
Y ya nunca más mencioné que en mi pesca m acompañaba.
Estaba en posición. La «suerte» a mi favor y mi caña dispuesta. De cara al Sol y en las rocas de la desembocadura del río que supongo lleva el nombre de la estrella porque en su final absorbe tan intenso los rayos del día al alba como si de un foco en un teatro se tratara.
No es común que piquen a la primera, pero ahí estaba la reina. Me dio un buen jalón, el carrete corrió rápido, la punta de la caña se dobló tanto que casi toca el agua. Caminé hacia adelante, resbalón, tranco la chicharra, me mojan las olas y tenso mis brazos.
Comienza el juego de bailarines. Hoy parecía que ella dominana, salvaje, implacable, indomable. Estaba utilizando todas mis fuerzas y conenzabaa deslizarme peligrosamente por las piedras incluso habiéndome calzado mis sandalias cangrejo. El rebufo de una ola al chocar me nubló la vista unos segundos, suficientes para divisar cercana una serie de olas grandes que se acercaban al rompiente.
Y ante el miedo a que me tragase el mar del Norte, su voz pícara volvió a aparecer.
– ¡ Saulo sigue en la brega! Que no te asusten las ondas de mi falda- susurró Sofía al viento.
Saúl, ¿ qué harías?
1.- ¿Soltarías la caña?
2.- ¿ Harías caso a esa voz misteriosa?
SOŃEMOS JUNTOS