Seis y un minuto de la mañana. No me gusta poner el despertador a las horas en punto.

Me levanto por la izquierda de la cama, las zapatillas en su sitio. Me pongo el albornoz, es lo que toca por ser invierno, aunque la temperatura sea veraniega.

Abro la ducha, pongo la cafetera, la tostadora con el pan…dos minutos para calentar las rebanadas y ocho para que salga el café. Mientras saco mi tacita, mi ágave, mi plátano, el aceite de oliva, el aguacate y la sal. Apago el fuego y a la ducha. Traje y corbata y a desayunar. 

Todo a su debido tiempo, como debe ser.  

A su hora mi taxi de siempre esperándome en la puerta de casa. Tarda diecisiete minutos en llevarme a mi trabajo

En el trabajo, una agenda organizada y un escritorio impecable. 

Café a las once y un minuto, no m gustan las horas redondas, ya sabes, y rápido de nuevo al lio. No dejo para mañana lo que pueda hacer hoy. Y tras una buena productividad regreso a casa. 

De vuelta voy caminando aprovechando las pequeñas ventitas para comprar legumbres, verduras y algunas algas. Lo justo para cenar con una copa de vino, inspiradora de momentos de escritura. 
Aseo, pijama, incienso, Yiyuma y a dormir. Mañana será otro día ordenado, sin dejar margen al azar, a la improvisación. No soy un paranoico del orden ni de la puntualidad simplemente me ordeno para guardar la cordura ante este mundo acelerado, alocado.

Un día más, nuevo pero muy parecido al de ayer. Los mismos horarios y rutinas y ya me dirijo al taxi. 

Abro la puerta trasera del coche cuando me sorprende un fuerte empujón que me hace entrar de golpe y caer doblado en el sillón trasero. A la par siento un nuevo contacto. Alguien se ha sentado a mi lado y cierra bruscamente la puerta.

– ¡ Arranque, por favor, arranque!- desgañitándose una voz femenina grita. 

– ¿ Don Daniel?- me pregunta el conductor, igual de asombrado que yo.

– ¡ Arranca, arranca!- respondo incorporándome y mirando con desconfianza a la nueva pasajera. 

– ¡ Pare el taxi!- un hombre a lo lejos exclama. Sus palabras se esfuman entre el bullicio y nuestra celeridad al alejarnos pero creo entender dos palabras por encima de las demás que van dirigidas a la misteriosa chica: al ladrón, al ladrón.

Una mujer muy bien avenida. Su silueta se dejaba entrever tras ese traje suelto de delicados bordados. Pelo muy corto, castaño oscuro, un cuello delgado y largo raiz de una cara fina. Ojos vidriosos, grandes y de color verde. Nariz pequeña con la punta y los mofletes acompañándola, rojizos. Una boca en armonía con el resto que temblaba al articular palabras. 

– Necesito refugio. Estoy aterrada- y acurrucándose cual nene indefenso en mi regazo me pidió.

Yo ya comenzaba a sentir estrés. Me pican las manos y la planta de los pies y mis ojos parpadean rápido. Sería la primera vez que faltaba al trabajo desde que empecé el buffet de abogados. 

Tengo a una persona asustada pidiéndome ayuda pero un compromiso con mi mundo perfecto y una gran incertidumbre.

Tengo sobre mi falda la causa de la ruptura de mi rutina pero el poder apoyar a una posible alma desvalida. 
Ahora bien Daniel, ¿ tú qué harías?, ¿ qué harían ustedes amigos?

1. ¿ Parar el coche y dejar que el hombre que gritaba pudiera dar explicaciones junto a ella?

2. Llamar a la policía y llevarla a comisaría y seguir con el día

3. Llamar a tu jefe, avisar que estás indispuesto y que te ausentas, y dar refugio a la chica. 

SOŃEMOS JUNTOS