– ¿ Diez años del revés?- me preguntó.
– Sí, exacto, diez años, cada treinta y uno de mes. Diez años, aquí del revés.
La conocí con la lejanía de por medio aunque me equivoqué al imaginar a qué sabía su aroma, a qué olía su piel. Erré al creer que sólo me erizaría con su voz o que sólo su risa salpicaría de brillo mi mirar.
Se dejó hacer, me dejó ser, se sintió libre, mujer.
Me quiso, la amé, sin condición y por doquier.
Me espero, la amo, cada treinta y uno de mes.
Aquí en la playa de espaldas al mar, del revés.
La conocí tras abrazarla estrechamente y confirmé mi equívoco. Describirla, definirla, sentirla…era inefable. Tenerla cerca era todo un éxtasis para mi ser y superó todas mis expectativas y también mis fantasías, las de fresa y nata o aquellas de crema de aguacate en la piscina. Pero se fue sin antes prometerme que me buscaría y por ello aquí la espero.
– Son muchos años amigo, diez nada menos, pero, ¿no crees que tu esperanza sería más linda si no le das la espalda a la playa donde la esperas?- me comentó.
Me salió una sonrisa de soslayo, yo la conocía y le contesté.
– Ella se marea en alta mar y nunca vendría a por mí en barco, sino caminando descalza por la arena. Por eso dejo que el sol se ponga tras mi espalda, rechazando su belleza por la de ella, ¡cómo no! los treinta y uno de cada mes, siempre del revés