Un instante de instinto perruno bastaba para hacerlas muñecos inertes.
Tres ratas muertas aparecían en los cheniles cada día. Pero en la jaula de ella no había cadáveres.
Había nidos y falta de comida. Compartía con las ratas alimento y cobijo alejándose de las noches en soledad entre los barrotes de la jaula de la protectora.
Quizás aprendió que no merecen su lacra y que si bien hay alguien que se la merezca son las ratas de dos patas, las ratas que la dejaron abandonada en la basura cuando aún era cachorra.
Ratas.