La contemplaba con mis ojeras al amanecer.
Ella, su olor, su sabor a café y su inusual, según ella, sonrisa de la mañana,
contagiaban el cuarto de alegría.
… y todo era porque cada noche, cuando al fin se le alinearon sus astros, a mi izquierda ella, no dormía, moría, y al morir… mi pizco… recargaba vida.