Un subsidio rancio por lo irreparable de su causa, empalagoso por insuficiente y tardío e injusto por el simple hecho de existir.
Los días pasaban por encima de todos con la congoja de lo inconcluso en la mayoría de sus labores. Profesionales responsables de miradas brillantes ahora con chepa y barbilla al suelo. Se ahumaron con vacío en el campo de batalla a las órdenes de perezosos en oficinas de aire acondicionado.
La maldad, la desidia y la prepotencia de otros creaba desunión y en aquel grupo comprometido los conflictos internos no tardaron en llegar.
Ojeras, quejas, grises, desaliño y suspiros.
Aspavientos, pesadez, arrugas, carreras y manchas
Años de más y energía en resta en cada uno que trajeron malas formas y que pagaban justos inocentes con la impasividad absoluta del que se cree, ignorante, absuelto de sus cargos de responsabilidad.
Pero la muerte llegó, y con ella su auxilio, y fue tan exorable que aturdía por haber sido anunciada incluso por gurús en pañales.
Una muerte injusta que sonrojó al sinvergüenza y que se maquilló con el auxilio por defunción y cuando no, con purpurina, peluca y colores que sigue enterrando la precaria situación que se vive dentro.
Que triste
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