Ma petite femme, la versión mejorada de la perfección en mi imaginación.
Como cualquier otro día tras salir del trabajo subía pensativo por aquella calle donde me esperaba esa cita diaria con mis reflexiones inconscientes. La Dorada en el mismo lugar con un sabor de contrastes, como me gusta a mí, lo salado con lo dulce de ese cuenco de manises y huevitos de golosina. Allí en el Le Bistrot Parisien daba libertad a mi imaginación. Me permitía dudar de mi gusto por el chocolate, me cuestionaba quién cruzaría los Puentes de Madison o escribiría un nuevo Diario de Noa. Daba solución a los activos intangibles en base a una economía sentimental sumergida. Me preguntaba a qué huele el mar debajo del mismo y a qué sabe un callado incandescente. Qué sentiría si le vendiera mi alma al diablo y qué diablos haría para sobrevivir en el Gobi teniendo la suerte de contar con una botella y una cerilla.
No sé por qué me empeñaba en arreglar mi mundo de fantasía. Quizás sólo fuera porque me lo pasaba muy bien con mis locuras transitorias navegando entre buche y buche.
Era de costumbre que no levantara la mirada de aquel libro que me comía sin hacerle demasiado caso. De un hidalgo caballero hablaba y suponía que interesante era cuando una voz dulce, femenina y con un ceceo peculiar se aventuró a felicitarme por mi lectura. Adolecía al saber que lo que me permitía esa novela era transportarme a mi mundo paralelo de insignificantes dudas trascendentales y pequé cuando a la par, al escucharla, levanté mi cabeza y la miré.
Sus ojos verdes, enormes, adornados con toboganes de pestañas infinitas me hechizaron. Por casi nada me abducen por completo y me dejan sin apreciar lo maravilloso de la belleza objetiva se su ser, digna del pincel de Renoir o de las manos de Rodín, de un verso de Víctor Hugo o de una estrofa de Adoro en la voz de Chavela Vargas.
Me sumí en la musicalidad de sus formas, en la consonancia adecuada de su cuerpo. Me embelecé con su fragancia natural de piel al llegar a mis sentidos esas notas de jazmín, rosa y violeta, a término con talco que pausó mi reloj de arena. Su sonrisa sincera nada tuvo que envidiar al amanecer de un día de verano porque no era posible tanto esplendor en lo cotidiano.
Su espesa melena desaliñada con alerde a posta, sencillez y confianza se movía al viento. Un pelo suelto remolinado hasta los hombros, saneado y fuerte, hondeando libre le daban un aire de plenitud y grandeza. Como los pétalos de color de la caléndula, que inspiran pasión y creatividad.
No quedaba lejos sus hombros escondidos, con sus delgados brazos, unas manos de pianista que agarraban en ese momento su cintura peligrosa, de donde las curvas subían y bajaban entre sus pechos y caderas…sexualidad sensual que hacía estremecerme. Las piernas entrecruzadas, embebidas en sí mismas, apretadas, que subían altas desde esos zapatos rojos de tacón, la acercaban un poquito más a su verdadero hogar, el cielo, el cielo para un ángel.
Y es que el paraíso no debía estar demasiado lejos de donde se moviera. El sol apartaba las nubes a su paso y enviaba luz a la luna para no perderse ni un segundo de su existencia. La lluvia o paraba o caía delicada acariciándola sin mojarla. Su espacio vital cambiaba los conceptos de lo malicioso y lo negativo y su presencia impregnaba de sencillez la belleza del arcoíris. El canto del ruiseñor era el eco de su voz.
Allí mi mirada seguía perdida en su horizonte sin fin. Decidido fui a utilizar todas mis armas de seducción latina para acercarme un poco al paraíso, aunque ya previamente el libro se me resbalase de mis dedos, el vaso cayese desde lo alto de la mesa al desequilibrar ésta con mi totizo cuando en un gesto rápido pretendí recoger la obra literaria caída, pero aun así, acentuándose la hilaridad en su sonrisa tras mi alarde de galantería me aventuré para responderle con persuasión erótica masculina: “ Hola ma petit femme”- susurré en voz alta.
He seguido disfrutando de mi bebida favorita, he continuado deleitándome con la cordura de mi fantasía y con las paranoias de la realidad, de mis frutos secos en disparidad con orejones y pasas, y de mi Le Bistrot. El mundo continuó en equilibrio momentáneo con campechanía e inocencia, esa que hace que lo simple se vuelva mágico y sólo porque nos gustaba.
Al cerrar los ojos vi la anterior historia, y tras el saludo a ma petite femme, mi yo se convirtió en nosotros y ella me permitió caminar a su lado, cerca del nirvana, muy próximo al edén.
Ma apetite femme, ¿vous voulez voyager avec moi?
Q decir Increible. Saludos Damian.
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Muchas gracias Meri…un fuerte abrazo de tu vecino. 😉
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Lo simple se hace magia. La magia en realidad ..un like Damian. .bezotes
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🙂 de nuevo muchas gracias danzarina, un like para ti también y … recógela con vuelta cubana 😉
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#lebistrotparisien
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