Un puto punto, un suceso,
y por extensión el orden cronológico: el tiempo.
Un puto punto, un lugar,
el instante preciso si llegas en hora, sin viento.
Si antes llegaba pronto, demasiado
Puntualidad mía que irrita.
Y ahora aparezco tarde, colmado.
Puntualidad tuya que aíra.
Antes llegaba muy pronto, quizás demasiado. Antes del alba, antes de que pudieras darte cuenta que podía amanecer y yo hacerlo a tu lado. Antes de moler el café para tu barraquito con doble de limón y que tu cara agria apareciera risueña. Aparecía veloz, tan temprano incluso que no supieras de mi existencia en tu pequeño mundo de girasoles, tréboles verdes y palmeras.
Más pronto que tarde, como alguna vez te dije, cuando del tiempo te preocupabas. Me indicabas premura en el sexo cuando yo ya te esperaba habiendo saboreado tu piel una y otra vez.
Más pronto que tarde te decía cuando me pedías la Luna, el mar o el cielo de día. Viste que te lo acerqué incluso a sabiendas que tú por ti misma llegarías. O, tus monstruos, cuando te perseguían y te calmabas porque sabías que más pronto que tarde no tardarían en irse lejos ya que a mí me respetaban y sin más se esfumaban.
Más pronto que tarde incluso en el amor, cuando dudabas de él por haber compartido sincera camas con equívocos. Por lo que me contabas de él, no es que dudaras, sino que aún no sabías que ya tenías el amor en ti y que no dependías de ese maniquí perfecto para conocerlo.
Quise que yo fuera ese pronto, a quien eligieras. Y no fue así. No fue culpa de nadie, salvo mía, al llegar pronto a una cita sin flores y con tus musarañas. Todavía no estabas preparada para conocerme, quizás hoy sí seríamos un gran equipo de caminos llenos y de caminar sereno.
Pero lo peor es ahora. Hoy ya que llego más tarde que nunca, tan tarde que ni siquiera el hacer temblar tus horizontes valgan para salvar mi impuntualidad. Alguien no tan sabio, al que creí que lo era, me dijo una vez que debía permitirme el lujo, en ocasiones, de no llegar en hora, de disfrutar de momentos de no puntualidad, de sentirme libre al decidir llegar unos minutos tras lo pactado, de relativizar la importancia de las cosas y de llegar caballero ante la impuntualidad con la mejor de las excusas, ninguna, salvada con el equilibrio de una sonrisa eterna.
Tan a deshora llego hoy en día que ella, ni me espera, ni la veo, ni la toco, ni la oigo, ni la huelo, nada de nada. Pero no me engaño y es que no se fue hace poco sino hace rato, cuando aún yo no había aprendido a llegar a la hora y pasé de llegar temprano a hacerlo muy tarde.
Conocí a ambas, llegando tarde o todo lo contrario. Las últimas se han ido a diferencia de las primeras que siguen conmigo, amigas, sin más. Y aunque sufra de tanto querer y no poder porque ya ellas tienen su vida forjada quizás siga llegando tarde porque es más llevadero la derrota de no poder tenerla a mi manera llegando tarde que la ausencia de aquellas que por llegar tempranito me definieron de intenso sin paciencia.
La única verdad es que no quiero ni llegar antes ni después de nuestra cita, quiero estar en el momento y el lugar adecuados y que por ello me definan como suertudo, aunque, siéndote de nuevo sincero, mi máxima siga siendo no saber llegar aún en hora.
Que bonito! 👏👏👏
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Muchas gracias Irene. Un abrazo fuerte
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